Karl Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida. Para una teoría marxista de las fuerzas productivas

En los dos ensayos incluidos en esta publicación Jorge Veraza se dedica cuidadosamente a esclarecer tres grandes problemas: qué son las fuerzas productivas, cómo fueron concebidas en el análisis materialista de la historia desarrollado por Marx y por qué constituyen el fundamento del desarrollo histórico de la humanidad. En el primero de los ensayos, del cual toma su título este libro (“Karl Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida”), Veraza nos demuestra por qué la posibilidad de la revolución comunista depende, más que cualquier otra revolución, del desarrollo de las fuerzas productivas. De hecho —insiste el autor—, la propia revolución comunista es una fuerza productiva y su gran objeto de transformación es, simultáneamente, el mundo capitalista en su conjunto y todos aquellos modos heredados con que hemos producido la historia de la humanidad hasta nuestros días.
Para Veraza todo aquello que permite producir y reproducir la vida son fuerzas productivas, pero es necesario diferenciarlas y especificarlas. Así en “El materialismo histórico en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” —el segundo ensayo incluido en este volumen— señala que existen fuerzas productivas vitales o naturales y fuerzas productivas humanas, y que estas últimas además pueden distinguirse de acuerdo al sentido práctico inmediato en referencia al cual están encauzadas y estructuradas: son fuerzas productivas procreativas las orientadas a la producción de sujetos y fuerzas productivas técnicas aquellas destinadas a la producción de objetos —ya sean para producir nuevos objetos o para el consumo y disfrute humanos.
Este segundo escrito tematiza los principales problemas relativos a las fuerzas productivas y la revolución que ya habían sido tratados en el primer ensayo, pero su argumento se concentra principalmente en torno al carácter premisial que las fuerzas productivas procreativas tienen sobre las técnicas y, en general, las razones y el sentido histórico de que en unas épocas predomine un tipo u otro de fuerzas productivas (en el precapitalismo las procreativas, en el capitalismo las técnicas).
En lo que sigue quiero comentar en detalle el texto que compone la primera parte de este libro, “Karl Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida”, porque en él se plantean los problemas decisivos del leitmotiv que animará el resto de la obra de Veraza, especialmente su reflexión ulterior y tematizada sobre el devenir de las fuerzas productivas humanas. Veámos.

Según Veraza, nuestra humanidad consiste en una objetividad que siente y recibe las cualidades e impulsos energético-materiales del mundo y del conjunto de seres vivos. Los humanos somos seres objetivos que, en nuestro aspecto pasivo, sufrimos y gozamos el mundo como una totalidad en constante efervescencia. Empero, es justamente este apasionamiento el que nos impulsa a actuar y relacionarnos prácticamente con otros seres y con el mundo, a transformar objetivamente nuestras condiciones de existencia y a revolucionar nuestra realidad. La pasión es una poderosa fuerza productiva de la humanidad, es la fuerza esencial que nos encamina al goce, a la felicidad y a la libertad. Con esta idea Veraza recupera aquella tesis conclusiva de Miseria de la filosofía (1847) en la que Marx afirma que “de todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria”.
Sin embargo, asienta Veraza, la técnica, en tanto fuerza productiva objetiva, constituye la clave para el despliegue efectivo de estas capacidades y goces humanos. La técnica posibilita que la transformación y adecuación de la naturaleza de acuerdo a las necesidades humanas requiera cada vez menos esfuerzo y sacrificio y, por lo tanto, que la humanidad pueda ser cada vez más libre al producir condiciones de vida menos azarosas y limitantes.
Así este primer ensayo de Veraza nos permite reconocer que la reflexión marxiana sobre la técnica no es circunstancial ni mucho menos ingenua o apologética. Estas consideraciones arrojan nuevas luces sobre el pensamiento de Marx relativo a la técnica. Así podemos entender que en realidad el materialismo histórico y la crítica de la economía política en su conjunto se fundan en la “historia crítica de la tecnología” de la que habla Marx en El capital (tomo I, capítulo XIII).
Para Marx, las fuerzas productivas no se restringen a la tecnología ni toda técnica puede ser calificada como fuerza productiva; es su conexión con la vida y su sentido para la vida lo que confiere a la técnica —o a cualquier otra mediación metabólica, natural o social— su carácter de fuerza productiva. Las fuerzas biológicas de la naturaleza y las fuerzas tecnológicas socialmente producidas son fuerzas productivas porque redundan en la producción de vida.
Vayamos por partes.

1. En el primer apartado —“El horizonte crítico-revolucionario de Marx, Darwin y Vico”—, Veraza explicita este doble carácter —biológico e histórico— esencial de las fuerzas productivas que hace de ellas el fundamento positivo práctico de la humanidad y de la revolución comunista. El proceso de trabajo, en tanto objetivación de capacidades humanas en riqueza o valores de uso para la vida, es la síntesis de este fundamento de la estructura y el desarrollo de todas las fuerzas productivas humanas.
De tal suerte el devenir de las fuerzas productivas describe el curso de la historia humana, desde la producción de la vida hasta la forja de la esperanza por un mundo libre, y desde la experiencia de la comunión religiosa hasta la generación de formas de asociación libertaria que prefiguran y actualizan la revolución comunista.

2. Una vez tratados, en el primer aparatado, los fundamentos del desarrollo de la humanidad y de la revolución comunista, en el segundo, “Historia crítica de la tecnología, fuerzas productivas y crítica de la economía política (Subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo inmediato al capital)”, se exponen los medios de producción de la historia humana, es decir, de la producción no sólo del drama que ha caracterizado a cada época hasta nuestros días sino, sobre todo, de la “verdadera historia humana” o la historia de la sociedad comunista.
Desde esta perspectiva, el desarrollo histórico del modo de producción capitalista se revela como una fuerza productiva en tanto medio de producción general de la revolución comunista. Esta conclusión se desprende de la teoría general de Marx sobre el desarrollo capitalista según la cual la sociedad burguesa sólo puede desarrollarse si somete la forma y el contenido material del proceso de trabajo al imperio de la lógica de la explotación de plusvalor. Las relaciones capitalistas de producción no sólo subordinan el sentido del proceso de trabajo inmediato (su forma) sino que, debido a su enorme potencialidad como fuerzas productivas, se plasman u objetivan en la estructura técnica del proceso laboral (el contenido) hasta reestructurar totalmente —y en un sentido radicalmente inhumano— la materialidad de las fuerzas productivas y de los valores de uso que con ellas se producen.
De lo anterior se desprende que aunque hoy la transformación de estas relaciones sociales de producción sigue siendo la condición indispensable de la revolución comunista, sin embargo, a diferencia de la época en que vivió Marx —advierte Veraza—, la revolución comunista requiere, además, por un lado, transformar las fuerzas productivas sometidas al capital modificando su estructura técnica explotadora y su materialidad nociva y devastadora, así como, por otro lado, recuperar la cualidad vitalizante y el carácter genérico humano que las caracteriza esencialmente de acuerdo a su concepto.
Según nuestro autor, lo específico de nuestra época —y, el gran reto de la revolución comunista— es este sometimiento progresivo de la materialidad de todos los valores de uso que constituyen el mundo capitalista. El desarrollo del capitalismo mundial durante el último siglo y medio ha seguido la veta de la subordinación real del consumo bajo el capital, que no es sino una forma potenciada de lo que Marx denominara subsunción real del proceso de trabajo inmediato bajo el capital.

3. Después de presentar el proceso histórico de subsunción del proceso de trabajo como medio de producción general de la revolución comunista y, por lo tanto, como problema nodal de la crítica de la economía política, en el tercer apartado —“Historia crítica de la tecnología y materialismo histórico (La escasez)”—, Veraza nos expone el objeto general que la revolución comunista puede transformar, a saber: las condiciones generales de escasez que han marcado la historia del mundo precapitalista y de la propia sociedad burguesa y, concomitantemente, el tipo peculiar de escasez producida por el desarrollo del modo de producción capitalista.
Desde una perspectiva que le permite conceptualizar como fuerzas productivas modos de producción enteros y aun épocas completas, Veraza echa mano de la teorización sartreana de la escasez para observar la historia humana como el despliegue de dos grandes fuerzas productivas limitadas y contradictorias: el precapitalismo y el capitalismo, y dialectizar estos conceptos de modo que, por ejemplo, es posible considerar un modo de producción social como un medio de producción histórica (así el aspecto formal —es decir, el modo— es considerado, en su función de contenido real, como fuerza productiva).
Veraza explica así que a lo largo del proceso histórico la humanidad ha organizado su relación metabólica reproductiva con la naturaleza mediante dos relaciones sociales generales de producción: la relación de adecuación/trascendencia y la relación de escasez. La primera relación es consustancial a la humanidad y consiste en la transformación de la naturaleza para adecuar su materialidad a la forma ilimitada que es propia de las necesidades humanas. Esta relación implica una coordinación social y técnica entre capacidades y necesidades y entre comunidad e individuos. De esta forma la realidad se va humanizando al tiempo que la naturaleza —incluyendo la naturaleza humana— se revitaliza libremente.
No obstante, las propiedades de la naturaleza y las fuerzas de que dispone la humanidad para transformarla no son suficientes —es decir, son limitadas o escasas— para satisfacer plenamente, en cantidad y en calidad, el conjunto de las necesidades sociales. De tal suerte, la humanidad ha establecido históricamente una relación de escasez con la naturaleza, lo que implica que la sociedad debe encontrarse sometida a una tensión para sostener una orientación que le permita obtener lo suficiente para sobrevivir.
La relación de escasez provoca múltiples formas de escisión, confrontación y represión en las relaciones sociales de adecuación y trascendencia. El caso de las fuerzas productivas capitalistas es el más dramático y contradictorio pues al mismo tiempo que su efectividad para la transformación de la naturaleza y para la producción de riqueza es la más grande que ha logrado desarrollar la humanidad, sin embargo no conduce a la reducción del desgaste, la explotación, el empobrecimiento y el sacrificio de la masa de la población, ni permite acabar con la coerción y extorsión social que derivan de las formas enajenadas y privatizadas de coordinación social y técnica de la reproducción social que son propias del capitalismo, tales como el Estado burgués o el mercado mundial capitalista.
Este progreso decadente fundado en fuerzas productivas técnicas que devienen en fuerzas destructivas se ha venido acentuando a lo largo de la historia de la sociedad burguesa desde la mitad del siglo XIX. Este proceso se ha consolidado hoy día —asevera nuestro autor— como subsunción real del consumo y del sujeto revolucionario bajo el capital.
Es así como puede comprenderse que en el seno de la escasez, y precisamente debido a ella, el desarrollo técnico se haya vuelto necesidad prioritaria. No obstante, las fuerzas productivas y el trabajo productivo —los cuales, de acuerdo a su concepto, poseen un carácter radicalmente antiproductivista— son determinantes sobre todo respecto de la necesidad de trascendencia, es decir, respecto de la necesidad de revolucionar nuestras condiciones de existencia.
El dramático curso que ha tomado el desarrollo histórico de las relaciones de producción enajenadas —afirma Veraza— sólo puede resolverse positivamente mediante el desarrollo de las fuerzas productivas, en especial las técnicas. Sólo ellas nos permitirán superar la relación de escasez con la naturaleza mediante la producción de riqueza abundante y de valores de uso vitales y abriendo el camino para el espacio y el tiempo libres sin necesidad de penuria ni sufrimiento propio o ajeno.

4. Hasta aquí, siguiendo el argumento de nuestro autor, podemos reconocer que el capitalismo se ha desarrollado al someter el contenido técnico-material del consumo y —simultánea y paulatinamente— del valor de uso total de la naturaleza y, por lo tanto, la conciencia y el cuerpo del sujeto revolucionario. Aun así, el poder positivo y esperanzador que tienen básicamente las fuerzas productivas para la humanidad no queda abolido sino sólo tergiversado y contrarrestado. Esto hace que sea siempre actual la posibilidad de subvertir el sometimiento capitalista. Éste es precisamente el problema que se trata en el cuarto apartado del ensayo que nos ocupa —“Historia crítica de la tecnología, fuerzas productivas y la fase actual de la revolución”—: la forma de la revolución comunista que es posible hoy.
En este último apartado Veraza expone qué son esencialmente las fuerzas productivas, cómo están estructuradas y por qué son fundamentales para la revolución comunista. Ya en el apartado anterior Veraza había distinguido entre fuerzas productivas objetivadas externamente —entre las cuales se encuentra la técnica— y fuerzas productivas subjetivas orgánico-corporales. Ahora, retomando el concepto marxiano de composición orgánica en toda su radicalidad, nuestro autor matiza esa distinción al puntualizar que las primeras sintetizan la relación de capacidad y necesidad entre la humanidad y la naturaleza en su objetividad externa productora de riqueza, mientras que las fuerzas productivas subjetivas unifican esa misma relación en el interior de nuestra propia vida. A contrapelo de las interpretaciones predominantes, que creen ver en la obra de Marx una tendencia tecnologicista y progresista, Veraza resalta que si bien las fuerzas productivas son el corazón del metabolismo social, la pasión —en tanto fuerza esencial de la humanidad— es el corazón de las fuerzas productivas.
En esta parte conclusiva del argumento de Veraza se revela la revolución comunista como fuerza productiva ilimitada posible. Sin embargo, esa posibilidad sólo se vislumbra como tendencia histórica general del desarrollo de las fuerzas productivas escasas.
En este punto —nos recuerda Veraza— se pone de manifiesto con elocuencia el sentido de aquella tesis del joven Marx, en los Manuscritos de 1844, que sostiene que “la superación de la autoenajenación hace el mismo camino que la autoenajenación misma”. Así, de manera paradójica, el sometimiento del proceso de trabajo al productivismo capitalista ha vuelto posible por primera vez en la historia superar las condiciones materiales de escasez mediante la automatización del proceso de producción. Empero, el verdadero reino de la libertad no puede fundarse en una forma enajenada de automatización como la que hoy es prevaleciente.
La revolución comunista —concluye Veraza— solamente es realizable si se apuntala mediante la recuperación de fuerzas productivas —precapitalistas o capitalistas— que posean un sentido vital o humano y la construcción de nuevas fuerzas productivas afirmativas, vitales, comunitarias, ecológicas y pacíficas. Este es el verdadero desafío que hoy plantea nuestra historia.

Rolando Espinosa